Sobre el autor

En el ciberespacio me conocen como Koke. Mi nombre es Koke Contreras, para ser más exactos Jorge Luis Contreras Velez. Limeño, nacido en Jesús María en 1963. Casado, con un hijo fanático de los Bionicle y de Star Wars. Ví la llegada a la luna en un televisor Philips en blanco y negro. Fue mi primera WebCam. Siempre tuve fascinación por los equipos electrónicos. Estar desde muy pequeño en contacto con proyectores de película de 8 mm. , de diapositivas, carretes de audio BASF, de video AMPEX, catálogos de simuladores de guerra y equipos de espionaje que mi padre ofrecía hacía posible que mis fantasías de niño fuesen realidad. Por eso viajaba cada tarde con mi chompa Jorge Chávez puesta como Tony Newman en el Túnel tiempo o exploraba en el batiescafo de Viaje al fondo del mar las maravillosas criaturas que descubrí posteriormente cuando la señal de cable llegó a mi casa y pude ver decenas de veces mis animalitos de Discovery o cuándo Maxwell Smart hablaba por su zapatófono y pensaba que eso era posible en una época donde tener teléfono era un lujo y obtener ese aparato de bakelita podía demorar un año en trámites.

En 1978 disfrute de los goles de Cubillas y los lujos del «poeta de la zurda» César Cueto en pantalla gigante a colores en el coliseo Amauta, hasta que un compañero del colegio me dijo que en su casa se veía mejor el mundial en un Quintrix de National Panasonic. Su viejo era militar. Obvio. Allí descubrí que la televisión a color era más que el cañon de un televisor Triniton de Sony. Era un forma de vida.

No jugué con Atari. No tenía los medios para tener uno. Pero si me lo prestaban. Jugué en el primer Pinball de Lima, en Miraflores, en la avenida 28 de Julio, en la puerta del fondo del primer pollo broster de la ciudad, a media cuadra de Larco. Space Invaders me seducía y luego entre apagones y batidas merodeaba los pinballs de Lima, esos que apestan a burro muerto en verano y alojaban a petisos y pirañitas.

Soy educador convicto y confeso. Cuando leí Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire en 1981 empecé a mirar la educación cómo una posibilidad para salir del agujero en que nos encontramos, el de dejar de ser cosas para ser personas. Durante esos años tipeaba a máquina, en una legendaria Remington como la de Los Intocables que le fue robada posteriormente a mi tío Hugo en Cieneguilla. Cuándo escribí en una PC con pantalla monocrómática y discos flexibles no entendía el debate entre si escribir en Word o en Word Perfect. Pero me encantaba ese Word 6.0 con su pantalla negra y sus «marcianitos», así les llamaba a los códigos ocultos o lo que se conoce ahora como «mostrar u ocultar» del Windows.

Mi vida cambió cuando tuve la oportunidad de usar un escaner HP del año 1992 cuyo modelo ya no recuerdo. Ese armatoste me permitió pensar sobre la posibilidad de ilustrar mis separatas impresas a mimeógrafo.

Todo lo que aprendí de computadoras e Internet se lo debo a las revistas de informática que leía y nunca entendía y a los estudiantes de todas las edades y principalmente a la gente del Equipo de Informática del Colegio La Unión de Pueblo Libre quienes me enseñaron -dejando malograr todo lo que tocara cual Rey Midas- que no hay mejor aprendizaje que el autoaprendizaje (gracias Hika, Robert, Gordo Zuta, Beto Arakaki, Gordo Asato, Hombre Quieto, el gran maestro Santos y muchos anónimos más). Ser autodidacta se convirtió en un credo, en una religión.

Gracias también al Centro de Recursos Multimediales La Unión, espacio de investigación e innovación tecnológica, en donde me formé con Rafael Pérez Vela -descansa en paz Rafita- un gran bibliotecólogo y educador con quienes filosofábamos sobre el poder la información, la CIA, la brecha digital y los efectos de Internet allá por el año 1996 y en donde pusimos en práctica muchos experiencias en el uso de la TICs en el aula.

Al acceder por primera vez a la Web en 1997 sentí que un sueño de niño se cumplía, ahora podía viajar ya no imaginariamente sino de forma real, haciendo solo un clic. Sólo espero que los teletrasportadores de Star Trek salgan pronto al mercado, cómo las computadoras comandadas por voz que Harrison Ford ordenaba en Blade Runner son hoy pan de cada día.

Aprendí de la radio y la televisión de mi hermano Bruno de Olazábal -otro que se fue, más piña soy- de quién valoré la importancia de planificar minuciosamente, cuál asesino en serie, los pasos para armar un reportaje. En la isla de edición de América Televisión y en la Frecuencia Latina descubrí el Adobe Premier y la magia de los efectos mirando como editaban. Con Yoshio Nakachi -mi entrenador- y Félix Tamashiro -el dueño de la isla de edición- aprendí a producir documentales educativos.

Hoy la tecnología ha cambiado mis hábitos de bípedo y mamífero placentario. Tengo dos blogs. Uno medio existencial: Paralipómenos y otro que algún día será una radio en Internet: La Esquina del Son. Subo mis videos en Dailymotion, aunque sé que YouTube es omnipresente. Organizo mis favoritos o bookmarks en del.ici.us y navego en Mozilla -aunque Santos dice que en Opera es mejor-, leo la prensa la prensa en Internet y sólo compro en papel los fines de semana, uso Hotmail sólo para comunicarme por messenger, siento que Gmail es sólido y potente, escucho música en Revernation y tengo mi computadora dual. Cuando quiero estoy en Ubuntu o en Windows XP (versión pirata de Wilson).

Siento que la educación está cambiando de una forma que aún no comprendemos en su real dimensión, es un volcán en erupción del cuál solo vemos la fumarola. Temo en alguna medida que en el día de la erupción no estemos preparados. Pienso que las OLPC serán el salto tecnológico en manos de los niños de las escuelas rurales y que los dispositivos estarán más cerca de nosotros para popularizarse y tengo la certeza que en corto plazo el Wi Fi no será potestad de un espacio público exclusivo ni de una élite.

Sueño con banda ancha para todos, en el campo y la ciudad. Internet para los viejitos. Bibliotecas reales y virtuales en cada barrio. Espero que pueda ver el futuro del planeta en mejores condiciones en los próximos años que me quedan y que el género humano entienda que todo el poliuretano, cables y circuitos que tenemos son nada, hojarasca, envoltura, pura finta. Sin seres verdaderamente humanos que los utilicen para hacer de este mundo un lugar en donde valga la pena existir.

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